Un niño que va a columpiarse y se cae.
Al día siguiente se anima a intentarlo de nuevo, con sus heridas ya sanadas.
Vuelve a caerse.
Dos días despues se arma de valor y va a por su segundo intento.
Se cae nuevamente.
A los 3 días vuelve a intentarlo vanamente, pues vuelve a caerse.
Al cuarto día se planta ante el columpio. Lo mira expectante, lo rodea, toca el remo con las dos manos,
y lo impulsa fuertemente.
No tarda en recibir el reverso de este.
Cae al suelo, y acto seguido llora.
Tras la llantina vuelve a incorporarse, y sin volver a casa, ni esperar un día más y sin curar sus heridas se monta
en el balancín y comienza, no sin menos fuerza que los anteriores intentos, a remarse.
El chiquillo por fin aprende a balancearse.
Ese niño crece y madura. Pasaban los dias y nunca logró olvidar sus vanos intentos, mas siempre le quedaba el recuerdo de lo que consiguió tras ello.
Ese mismo mocoso que ahora escribe esta entrada.
Es como si...
Tu fueras el columpio
y yo el niño que cae.